Wednesday 31 July 2013

Writer Me

Plasmar ideas. 

A los tres años lo intenté con la mano izquierda, mi madre me enseñó que era con la mano derecha.
Este acto, en un comienzo, era intentar trazar las líneas de lo que era importante.
Montañas, nubes, el sol. Las flores y la sonrisa de mamá. Papá siempre más alto que ella, yo siempre más pequeña que ambos. Y luego mi hermano, más pequeño que todos, y siempre en brazos de alguien.

Plasmar ideas se convirtió en juego.

A los cinco años me presentaron a 27 (o 28) compañeras que me mostrarían cómo grabar en el por siempre mis ideas. Lento, de a poco, aprendí a conocerlas, a quererlas, a entenderlas y amarlas. Con ellas escribí mi nombre por primera vez. Me descubrí en ellas y todo tenía sentido.

Plasmar ideas se convirtió en hábito.

A los nueve años tuve una amiga. Ella tenía las mismas amigas que yo, sólo que las suyas eran más bellas que las mías, o eso me dijeron mis ojos. Aprendí que yo era ellas, y ellas eran yo. Yo soy mis letras, mis palabras son yo.

Plasmar ideas se convirtió en identidad.

A los once años me regalaron un diario. Me encontré a mí misma soñando palabras secretas, pensando sólo para el papel. La intimidad de mis amigas era aún más cercana, y me enseñaron en la escuela que a veces las usaba mal. Me propuse nunca más errar con ellas, porque las estimo, y son fieles compañeras.

Plasmar ideas se convirtió en deseo.

A los trece años terminé mi instrucción básica. Mis amigas y yo teníamos una relación fluida y dinámica, siempre pasamos buenos tiempos antes de la gran separación. Aprendí que a veces yo no entendía, y ellas tampoco, que no todo tenía explicación. 

Plasmar ideas se convirtió en confusión.

A los catorce años comencé mi instrucción media, y mis amigas fueron estrellas ante los ojos de muchos maestros. Nuestra relación era fructífera, pero no siempre positiva. Ellas a veces decían demasiado, otras veces muy poco. Aprendí a tratarlas con respeto, con cuidado, y que ellas no eran para los ojos de todos.

Plasmar ideas se convirtió en peligro.

A los dieciocho años comencé mi instrucción superior. Mis amigas siempre conmigo. De tanto en tanto salíamos de la rutina del estudio para pasear por canciones, poemas, historias de lugares remotos o cercanos, pensamientos de amores y llantos, clamores, ríos y muerte. Aprendí que se necesita valor para tratarlas, para entenderlas, para compartirlas.

Plasmar ideas se convirtió en reto.

A los veintiún años me fui lejos. Mis amigas nunca me dejaron. Conocimos personas hermosas y agradables lugares. Contemplamos atardeceres y amaneceres y lluvias y nieve y viento. Aprendimos juntas lo útil que puede ser entendernos, y que cuando se tiene a otros que también se entienden, todos, como amigos en común, siempre estamos cerca, por más espacio que haya entre nosotros.

Plasmar ideas se convirtió en necesidad.

A los veintitrés años me uní a un proyecto. Personas que amaban a mis amigas tanto como yo, o incluso más aún, buscaban usarlas para descubrir el mundo y conquistar el universo. Aprendí que compartiendo a mis amigas con personas que las aman tanto, no necesito temer. Nuestra relación nunca será rechazada, sólo puede ser nutrida y animada a alcanzar las estrellas.

Plasmar ideas se convirtió en placer.

Hoy, escribo. Hoy me pienso escribiendo universos y vidas y muertes y ríos y flores y valles. Hoy, mi madre es más baja que mi padre, mi hermano ya no cabe en los brazos de nadie, hay dos hermanas más en la familia, y las mismas cosas siguen siendo las más importantes; las nubes, las montañas, las flores, árboles, el sol. Aprendí que mi mamá no tenía razón, también puedo plasmar ideas con la mano izquierda.

Plasmar ideas es mi vida.



Dedicado a mis compañeros de Escribe tu Mundo
"El destino nos mantiene enfocados, pero es el viaje el que deja huellas." - Anónimo

No comments:

Post a Comment